El anuncio del profeta Elías 17:1


El anuncio del profeta Elías 17:1

Mientras la apostasía agresiva de Acab parecía extinguir los últimos destellos de la religión hebrea, el profeta Elías surgió brillando con luz radiante. Se dice que entró en escena como una tormenta y salió como un torbellino. Era un “don nadie” de quien no se sabe su historia previa, niñez, juventud, preparación, fisonomía ni estatura. En las Escrituras no se mencionan sus padres, parentesco o nivel social. Solamente dice que era tisbita, de la región de Galaad y que usaba vestimentas hechas con piel de camello (2 Reyes 1:8).
De repente, se presentó ante el rey más temido y terrible de Israel; un hombre sin conciencia, que consideraba que los pecados de los reyes anteriores eran triviales e insignificantes. En el punto más oscuro de la historia hebrea, y totalmente solo (con excepción de siete mil fieles que no aceptaban doblar sus rodillas ante Baal [1 Reyes 19:18]), Elías se enfrentó a ese monarca.
Tan sólo escuchar su nombre, que significa “mi Dios es Jehová”, ofendía al rey que no creía en Dios. Pero Elías con toda autoridad le declaró: “Vive Jehová Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra” (17:1).
Sin duda, esta fue una declaración turbadora para un adorador del dios de la lluvia y la fertilidad. También, su profecía fue un reto a Baal, porque conforme a la mitología cananea, éste moría durante la temporada de sequía. La mención del rocío con la lluvia es muy importante. No llueve mucho en esa región, pero el rocío cae durante 100 a 180 días al año, ayudando así a la agricultura.

ELÍAS ENTRÓ EN LA HISTORIA COMO UNA TORMENTA Y SALIÓ COMO UN TORBELLINO

Así como apareció, Elías desapareció repentinamente, dejando al rey enfurecido y castigado con tres años de sequía. Acab, siendo hebreo y conociendo la ley de Moisés, sin duda entendió que el juicio afectaba a toda la nación debido a la apostasía de su pueblo (Deuteronomio 11:17; 28:24).
Primera preparación: obediencia total 17:2–3
“Y vino a él palabra de Jehová…” (17:2) esto dio a Elías la autoridad divina para realizar su siguiente acción. Su huida para esconderse en el arroyo de Querit de ninguna manera muestra que temía a Acab o que dudara que Dios podía protegerlo. Tampoco quiere decir que él trataba de huir del mandato del Señor. Es posible que Dios hubiera preparado dos lecciones para Elías:

1. Evitar que se enorgulleciera de su propio valor.

2. Demandar de él una obediencia total aunque no pareciera tener sentido el mandato divino.
Segunda preparación: paciencia incondicional 17:4–9

Enseguida, Elías se vio encarado con otra lección muy valiosa para su ministerio futuro. Sin duda, no comprendía por qué tenía que huir siendo que estaba protegido por Dios. Si eso lo dejó perplejo, cuánto más el tener que esperar junto a un arroyo que se secaba paulatinamente y tener que comer de la comida que le traían los cuervos inmundos dos veces al día.
Los judíos habían sido enseñados a rechazar cierto grupo de aves que la ley consideraba inmundas y entre ellas se incluía el cuervo. La lección de paciencia que tuvo que aprender aquí el fiel profeta fue tremenda. A veces, es fácil obedecer y esperar a Dios cuando las cosas son razonables, pero cuando se nos pide hacer algo contra nuestras tradiciones, nos vemos encarados con un gran signo de interrogación. ¿Por qué no mejor mandarlo a otro lugar donde no hubiera sequía? ¿Por qué tenía que sufrir las mismas incomodidades que los que no amaban a Dios? ¿Por qué no lo mandaba Dios ante el rey de nuevo para retar al dios Baal?

Cuando el arroyo quedó totalmente seco, el Altísimo lo mandó a presentarse ante una viuda de Sarepta de Sidón para pedirle sustento. De nuevo, Elías se vio forzado a ser paciente, porque comprendía que una viuda era la persona menos indicada para sostener a un hombre fuerte. Él sabía que las viudas eran las primeras en morir de hambre durante una sequía prolongada. Pero sin cuestionar a Dios, obedeció incondicionalmente.

Tercera preparación: confianza absoluta 17:10–16

Elías tenía que aprender a confiar en Dios y la viuda a depender de Jehová. Debemos recordar que ella no era hebrea y que el lugar donde vivía no pertenecía a Israel, sino al padre de la perversa Jezabel.

Elías decidió probar a la viuda pidiéndole agua para beber. Esto no sería nada difícil si no hubiera una sequía. Su reacción fue positiva, indicando que tenía espíritu de hospitalidad. Él continuó probándola al pedirle pan para comer. Ella respondió que sólo tenía lo suficiente para un solo alimento antes de morir. La frase: “Vive Jehová tu Dios…” (v. 12) indica que ella respetaba al Dios de los hebreos pero no lo adoraba. El enunciado: “No tengas temor…” (v. 13) indica que Dios estaba controlando la desesperada situación; ella sólo tenía que obedecer y confiar en él.
Dios demanda que le demos todo y entonces él nos dará a nosotros. El mensaje de Mateo 6:33 es muy parecido: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”. La viuda aprobó el difícil examen que aquel extraño le puso. Ya no tenía que esperar la muerte, sino que por obedecer recibió la vida.

Cuarta preparación: acción decisiva 17:17–24

Durante todo ese tiempo, Elías, aunque un poco perplejo, había pasado la prueba que Dios le puso. Había demostrado obediencia pasiva y ahora le tocaba manifestar la activa. Elías encaró una prueba muy difícil, por medio de la cual demostraría su fe completa en Jehová.
Llegó el día en que el hijo de la viuda enfermó y murió. Aunque ella estaba consciente de que no iban a morir debido a la sequía, ya que este varón representaba la presencia de Dios en su humilde hogar, se sintió reconvenida por sus propios pecados y exclamó: “¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer a memoria mis iniquidades, y para hacer morir a mi hijo?” (v. 18)
Sin duda, la angustia que sentía la pobre mujer se la transmitió también a Elías, quien se vio en una situación precaria. ¿Qué haría? Lo único que se le ocurrió fue pedir a Dios que devolviera la vida a aquel niño. Nunca antes había ocurrido algo parecido, pero después de orar tres veces sobre el cuerpo del pequeño en privado, Dios le concedió la vida.

La lección que aprendieron equivale al mensaje del evangelio de salvación, ya que la mujer exclamó: “Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (v. 24).
Hay dos razones para que se den los milagros en la Biblia:

1. Acreditar al mensajero de Dios (“conozco que túeres varón de Dios”).

2. Autenticar el mensaje (“la palabra de Jehová es verdad en tu boca”).

Esta acción decisiva de Elías fortaleció la fe de la viuda (“ahora conozco”) y también la del mismo profeta, para que pudiera hacer cosas aún más grandes.

* TODA SOLUCIÓN REQUIERE UN ACTO DE FE.*
* LA FE ES EL PASO NECESARIO ENTRE LA PROMESA Y LA CONFIANZA ABSOLUTA.
* TODO ACTO DE FE PRODUCE MILAGROS.

¡PENSEMOS!
De este interesante relato aprendemos varias lecciones muy importantes:

1) Acab preparó su reino para ser militarmente invencible, pero no contaba con defensas contra el juicio de la sequía nacional. Es un hecho que las consecuencias del pecado nos afectan en las áreas que menos esperamos y que más nos duelen.

2) Así como Dios usó a un “don nadie” sin recomendaciones, trasfondo histórico ni cualidades físicas o dinámicas, también puede y quiere usar a cualquier persona que, como Elías, se propone servirlo incondicionalmente.

3) Basado en la obediencia absoluta de Elías, Dios proveyó lo necesario para su sobrevivencia.
4) A veces, Dios provee en las formas más inesperadas y sorpresivas.

5) El Señor usó a Elías para hacer el bien a Israel, pero también usó a la viuda para bendecir a Elías.

6) Las cosas que Dios provee no son un fin en sí mismas, ni suficientes para depender totalmente de ellas, sino que son un medio para lograr el objetivo de aumentar la dependencia de Dios todos los días.

7) La lección más importante es que Dios nos provee la vida cuando nos rodea la muerte. Lea Juan 5:21; Romanos 4:16–25 y 1 Corintios 15:20–22, 42–44.

Teachout, Brian M.: Estudios Bı́blicos ELA: La Ruina De Un Reino (1ra Y 2da Reyes). Puebla, Pue., México : Ediciones Las Américas, A. C., 1996, S. 68















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